lunes, 24 de enero de 2011
La nieta y la abuela: sus manos
La nieta y la abuela acarician sus manos. Dos ramilletes entrelazados de juventud y experiencia, despedida y arrojo.
Tiene la abuela unos dedos ágiles, largos; sus uñas, brillosas, bien pulidas. El faenar doméstico, tanto el ajeno como criada en sus tiempos mozos, como las tareas de casa, le confirieron el arte y la prestancia de maga hacendosa. Los tendones de sus palmas se abren en abanico hasta acabar en abultados y blancos nudillos, de donde arrancan sus trabajados dedos, hoy apagados. Sus manos como sus dedos, fueron siempre elegantes, que no orgullosas, a pesar de cargar con el sufrimiento y la honra de un marido en la cárcel por rojo.
Las manos, junto con su cara: lo más expresivo de la abuela, de su cuerpo, con su rodete en el pelo, su eterna sonrisa, sus ojos azules. Dime de quien son estas manos y te diré que su dueña, además de zurcidora y previsora, lavandera y limpia, hogareña y buena vecina, fue cocinera. Todo lo que de niña soñó la nieta, estas manos se lo dieron: flanes, paparajotes, tartas de fresa, polos de arroz con leche, cordiales, pastas de conde, palomitas de maíz, caramelos de menta.
La nieta piensa que el abuelo republicano se prendaría de estas manos maravillosas, y que tuvo mucha suerte al tener como marido manos tan generosas, de las que lo mismo salían ternuras y masajes, como mariposas y churros con chocolate.
Las manos alegres de la nieta juegan con los dedos de la abuela. Y las dos en silencio se hablan, todo se lo cuentan. Y no quieren separarse. La abuela está en la cama, tiene cáncer en la sangre. A la nieta la sangre le bulle. El pasado de la abuela y el futuro de la nieta se dan cita en el presente: manos que se miman en el contraste de una lluvia soleada.
Las manos de la nieta huelen a melocotón, a rocío y a brío; las manos de la abuela tienen ya desaguado el monte de Venus. Las manos de la nieta son dos flores a punto de reventar, con sus cinco pétalos de azul turgente sobre el balcón de la luna. Las de la abuela se cierran, al infinito se ciernen; las de la nieta se abren, se extienden. Las de la abuela con sus espigados dedos, doblados, sobre la tierra abonada de la muchacha siembran estrellas.
Las manos de la abuela, huesudas y arrugadas están marcadas. Las rayas de sus manos han sido leídas y sentenciadas; las de la nieta, vírgenes, presagian amaneceres vivos.
Las manos de la nieta acarician las de la abuela. Una enredadera joven trepa por las viejas ramas de un frondoso árbol a través de la ventana, los dedos moribundos de la abuela.
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has emocionado a esta asturiana con tu bellisimo texto, muchisimas gracias por compartirlo y deleitar y emocionar nuestros sentidos y sentimientos, un besin muy grande.
ResponderEliminarSe ven hablar esas manos entrelazadas. ¿Sabes? Las manos son la parte del cuerpo que más me dicen de una persona, en lo primero que me fijo.
ResponderEliminarSon dos vidas, dos tiempos. Pero que son capaces de juntarse, acoplarse y decirse secretos. Unas manos futuras que no podrían ser si las de las de la abuela no exitieran... bello texto... un abrazo Rub
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