El lector cada día que pasa ve al escritor más empalagoso, enredado en espumas de nostalgias inútiles, literariamente acabado, infectado de un barroquismo trasnochado, encenagado en un sentimental y decadente estilo. El antes ocurrente y original, provocador y aventurero de palabras como islas paradisiacas de referencias insólitas, hoy, pagado de si mismo, se ha convertido en un plagiador de diarios íntimos, un romántico caduco de cafeterías para tardes remolonas de limonadas y carmines derretidos.
Ya nada queda de aquella pluma provocadora e incisiva, rebosante de sabia ironía, concisa, retadora y fresca. Antes, un sólo quiebre verbal del escritor levantaba las posaderas de los más holgazanes curiosos y ávidos buscadores de perlas escritas. Atrás quedó el ingenio de su seductora insolencia, su intuición, su imantadora magia. Antes, tan sólo el guiño de un escueto sustantivo bastaba para encender hogueras de imágenes cómplices y llamativas, concurrentes y divergentes que desentumecían el cerumen de las mentes del lector más recalcitrante y obtuso. Hasta este momento el lector creyó que las palabras de su autor le desvelarían el secreto, la verdadera identidad de las cosas, saciarían de amor su instinto.
Hoy, el escritor ya no es posible entre tanta estantería, a la vez llena y desocupada; es otra cosa, un montón de letras, pseudoliteratura, combustible para estufas de cera. El lector ya no lee en el metro, ni en la sala de espera del dentista ¿A quién le puede interesar si las palabras peinan canas, si las concordancias hacen bingo o si la voz de la esfinge de Tebas usa desodorante para sobacos de cal y enjutos? El lector cambia el libro por el Tetris y el e-Book por un budín de ron y cereales.
La escritura, entre tanta demanda estólida y tacaña oferta, necesita nuevos mimbres, maderas nobles en donde el verbo se esculpa con letras de carne, arte y savia regenerada llena de ricos contrastes y amaneceres vírgenes. El mundo no necesita combatientes en la retaguardia, sentados sobre una mesa, acompañados de una cuartilla y un jarrón de flores mustias.
Y en el fragor emocionado de este sentimiento de pérdida, después de tanto rozamiento con la sombra iluminada de los escritos de su autor, el lector se despide del escritor y siente como si fuesen suyas las mismas lágrimas de quien convirtió el teclado en martillo para partir almendras.
Al lector le hubiese gustado decirle adiós al escritor, no porque ya no crea en sus palabras, o no alcancen éstas a descifrar lo que él quiere, sino porque ya no son necesarias en un reino donde las esencias, mejor se evidenciarían por si mismas, sin intermediarios ni trovadores, recaderos de misivas, apuntadores ni guionistas.
El lector hoy se siente como aquel otro compositor que nunca quedó complacido con la interpretación que de su obra hacía la orquesta. Hasta que el maestro insatisfecho quemó su partitura y despidió a los músicos. Y es que nadie es capaz de desentrañar, de explicitar lo que una palabra lleva dentro. La palabra es muy puta, nos enciende de amor, y luego en la estacada nos deja.
En esencia cada vez voy teniendo similiares sensaciones á las descritas en "el lector cansado". Me pregunto si sólo podré ya leer a los clásicos, aunque luego me embarque en una nueva novela en la que ya casi todos los escritores van siendo más jóvenes que yo y me pregunto si será eso, si hay en mí algo que me dice ¿qué me va a contar de nuevo éste?
ResponderEliminarPuede que llegue ya de antemano con una actitud crítica, y que sea yo, quien he perdido mi capacidad de emoción y sorpresa. No lo sé, en esas andamos.
Aún existen escritores capaces de hacernos mover del sillón, hacer que nuestra mente se despierte, una chispa que nos haga seguir leyéndole.
ResponderEliminarSi, madera queda, para ejemplo tú mismo. Hay gente anónima que tiene mucho que decir y la manera de hacerlo es sublime.
Pero en parte te doy la razón, cada vez me cuesta más encontrar un escritor que me "enganche" con alguno de sus libros.
Lo de escribir es un vicio desenfrenado, Juan; lo de leer casi un viaje. Y cuando se está ya como muy viajado, uno o una, vuelve siempre a su "Itaca", para protegerse de las grandes oleadas de basura.
ResponderEliminarLos héroes también se cansan. Héroes escritores, héroes lectores. pero es cuestión de respirar profundo y dejar la conciencia en reposo y volver.. aunque sea con la frente marchita. Sin embargo queda rondando como musiquita entre los canales del cerebro que no hay nada nuevo bajo el sol.
ResponderEliminarun abrazo querido Blao...El cansancio no se hizo para ti, y uno viene a beber de tu fuente..Rub
Sabes, es un texto muy rico, me ha gustado mucho, lo he leído con calma e interpretando cada una de tus palabras sobre el "lector cansado"...Me has recordado a A.Pérez Reverte, en alguún momento parecía que hablaras de él...
ResponderEliminarA él ya no lo leo hace tiempo, a ti sí por eso vuelvo.
Besicos.