jueves, 18 de noviembre de 2010

Olor a olivo


¿Y cómo es ese olor a olivo tan especial que me cuentas?
Tengo yo en la puerta de mi casa una joven olivera. La planté donde antes había una jacaranda que se murió por un berrinche a raíz de la guerra de Irak.

La escarcha con su bufanda blanca y sus dientes de rocío tirita y frota sus manos para reanimar mi agarrotamiento mañanero. El primer frío me coge con la poda del olivo. Me apena quitarle el gabán de las ramas al árbol. ¡Todo un año blandiendo sus alas de plata, para venir yo ahora en las puertas del invierno a muñonar sus espléndidos brazos!

Y nada más meter las tijeras en el olivo, me sobrecoge su aroma. Hacía ya mucho tiempo, ¡tanto! que ni me acordaba de su olor. ¡Cómo pude ser durante más de sesenta años tan desagradecido!

Un día de mi infancia acompañé a mi abuelo a recoger la oliva a un bancal con cuatro oliveras que allá por el malecón tenía junto a una acequia a las afueras del pueblo. La regaera cantaba y daba gracias a todas horas al cerrico la fuente, manantial que alimentaba el curso de su música cristalina.

Fue la primera vez que yo sentí el olor virgen del olivo. Mi abuelo apaleaba con una caña las ramas para que cayera el fruto al suelo. Y mis dedos, corchos helados, con apenas cinco años, iban metiendo en los costales las aceitunas desparramadas en una manta. En aquel momento el olor a olivo no fue para mi un acontecimiento especial, al menos así lo recuerdo. Recuerdo más mis manos congeladas. Y es ahora, cuando la memoria de aquel olor acude a las papilas de mi sentimiento, que lo celebro como nuevo. ¡Ay si yo entonces, en vez de un niño desprendido y sin pasado hubiera sido coleccionista de perfumes, habría guardado aquella olorosa crema de los dioses en mi laboratorio íntimo para olerla a cada momento!

Y cuando te repito cual grande ha sido mi gozo esta mañana al podar la olivera, me dices que te describa su aroma. Y no encuentro semejanza ni referente alguno con el que igualar pueda su peculiar perfume.

Leo en estos días a Lovecraft: El color que cayó del cielo. Y el olor a olivo que he sentido esta mañana, es como aquel otro color indescriptible e inexplicable que los moradores de Arkham vieron en su día cuando una gran piedra cayó junto al pozo de la casa de Nahum Gardner.

Y esta mañana, a mi me ocurre lo mismo. Huelo y huelo y es tan grato, desconocido y a la vez memorado este olor que no encuentro con qué compararlo. Y no es éste el que ahora noto, su esencia irrepetida, sino aquel otro que por primera vez gocé cogiendo aceitunas acompañando aquel invierno a mi abuelo. El recuerdo es una semilla en la sombra del pasado plantada, que nos seduce y alumbra después de un tiempo.

4 comentarios:

  1. EStás hecho todo un hortelano, hoy me has hecho recordar mis tiempos de niña, cuando iba a la huerta a casa de mis abuelos...
    Tu relato de hoy tiene tintes hernándianos, es precioso...
    Besicos.

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  2. · Me encanta lo que has escrito. Que tu olivo sea todo un personaje es como los dos liquidámbar de otro post. Se puede hablar con ellos, de ellos...

    · Saludos

    CR & LMA
    ________________________________
    ·

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  3. Yo tambien hablo con los árboles.
    Un saludo.

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