domingo, 3 de octubre de 2010

Señora Jacaranda




Ya va para tres inviernos que por motivos de espacio talé la jacaranda. Durante sus buenos años este árbol dócil y atento resguardó siempre de escarchas y solanas mi casa. Eso sí, antes de humillar el noble cuello de su savia, aún fecunda, con la motosierra de mis desahogos petroleros, le pedí perdón al árbol por mi osadía, no sé si justificada, o caprichosa.

El árbol era viejo; y el rostro de su corteza, severo, como la vieja protagonista del cuento de un escritor y antiguo colega de tiempo, letras y abrazos."Mujer madera" llama este amigo al personaje principal de su relato http://senddero.wordpress.com/2010/09/19/mujer-de-madera.

Llevo ya unos cuantos veranos sin su aireada sombra, sin su abanicada hospitalidad, sin pisar la azulada alfombra de la jacaranda. Y hoy todavía, cuando vienen amigos a casa, echo al fuego los leños secos de su ayer esbelto talle, velamen ahíto de ocasos y amaneceres, hoy hambrientos, para hacer carne a la brasa con el sol ardiente aún guardado en sus resistentes huesos.

Y hoy al leer el cuento "Mujer madera" de Sendero (así se hace llamar su autor itinerante) recuerdo que cuando corté la jacaranda y vi su interior, en contraste con su amargura de fuera y las quebraduras grisáceas de su corteza, me impresionó sobre todo su carne limpia y blanca, su jugo a mujer ofrenda, sensualidad, pudor y vuelo, el mismo sabor a niña de la octogenaria del relato de mi amigo.

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