No hay aire sin oxígeno, latido sin corazón. La vida es la muerte si no tienes un algo por el que vivir.
Mirar un pájaro, oler la humedad de la noche, regar una flor, cosas insignificantes, pero suficientes. Los hay que necesitan de grandes proyectos, responsabilidades sublimes, negocios excitantes para encontrar sentido a sus vidas. A Miguel en cambio le basta con llevar a su nieto a la escuela, comprar el pan en el horno de la esquina, o dar de comer a las palomas del parque para mantener su escaso pulso a flote.
Los hay que son, porque están en el centro de las decisiones. Todo el mundo cuenta con ellos, el sol no se mueve sin su consentimiento. Sin embargo Miguel, despreocupado de la raíz cuadrada del mundo, disfruta del perfume azul de la mañana más que un catedrático de ciencias puras.
No es el cliente o el comprador el que tasa la mercancía, es el propio fabricante el que pone precio a su obra. Si Miguel no valorara, no sintiera esta mañana la tranquilidad que rezuma el redondo brillo de la sombra de la olivera bajo la cual espera a que salga su nieto del colegio, no habría aceite ni vino suficiente en toda Andalucía para mantener su tensión ajustada.
Pero todo hay que decirlo: el tío Miguel cobra (por ahora) cuatrocientos euros al mes de la Seguridad Social. Pues como pudo decir el más sentenciador epucureista:
Quizá en este mundo no importa mucho lo que uno tiene, pero hay que tener algo, por lo menos para seguir alimentando a las palomas de nuestros sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario