domingo, 19 de septiembre de 2010

Lilith

Aquel hombre, atormentado, y al mismo tiempo aburrido por un Dios frígido, nada más tocaba el placer, su goce se deshacía, se le escapaba el deleite de las manos. Como a Sisifo, se le caía el peñasco de su empeño, nada más llegar a la cima de la montaña. Y erraba por rutas inverosímiles en busca de su felicidad esquiva. Por más vueltas que diera, por muchos caminos que recorriera, por muchas cumbres que coronara, siempre se hallaba en el mismo sitio. Su vida era como esa cinta fija de correr. Puedes estar siglos andando sobre ella, y a tu lado siempre las paredes frías de la misma sala sudorosa, los mismos cuadros, el mismo olor a rutina. Y si no, que se lo pregunten a los buhos.

Hasta que un día de paseo por el jardín botánico del Malecón este hombre perdió a Dios y encontró a Lilith. Y tanto se parecía esta mujer a la divinidad que exclamó:
"Esta sí que es hueso de mi huesos, y carne de mi carne"
Y no le dio apuro haber perdido la fe, ni la razón, ni el tiempo gastado; pues recuperó el sentido.

1 comentario:

  1. Hola Juan, soy Alvaro, voy a ver si retomo ya lo tuyo ahora que me he quedado un poco más tranquilo, ya te diré algo, pero te escribo para que sepas que no se me ha olvidado.
    Un abrazo

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