lunes, 23 de agosto de 2010

Fondo y forma

El día de su cumpleaños Presencia Verdejo se despierta contenta.

El que esto cuenta en lugar de referirse al pletórico sentir de esta señora de manera tan sosa y escueta, debería decir:

El sol clarea su regocijo por los cristales sonrientes de la ventana de una habitación recién amanecida en cuyo ángulo iluminado de placer una mujer lozana se despereza desnuda en la molicie de una apacible madrugada a finales del verano.
Pero el que esto escribe no es un escritor al uso; sólo intenta reflejar sin adornos en esta plana la carne sin apreturas, sin envoltorios que enfajen o ensombrezcan la madurez abultada de esta mujer: su vientre redondeado y libre, sus pechos generosos, la cadencia circular de sus caderas, el sereno latido de sus formas florecidas por el tiempo de los partos y los días.

Presencia cumple hoy cuarenta y nueve años. Está justo en la frontera. Sabe que, si se deja, muy pronto harapos de cacofonías, rutinas marchitas, aburrimiento y experiencias agotadas afearán su cuerpo en declive. Y se promete a sí misma verse siempre, todos los días, bella y hermosa, como esta mañana, que no por mucho repetirse se despertó deslucida.

La mujer espera ilusionada un beso de su marido, no sólo de agradecimiento por los años reídos y compartidos, sino que potencie sobre todo los que por vivir le quedan.

Presencia Verdejo necesita una señal, un gesto, un abrazo que le haga comprender que perfume y esencia son la misma cosa. El tarro de su cuerpo es tan limpio, que receptor y recipiente son lo mismo.

Y su marido en lugar de regalarle un ramo de rosas rojas de la floristería de la esquina, quiere sorprenderla con algo inusual, para que su mujer afronte entusiasmada la planicie de la andadura que los dos reinician.

La señora recibe de su hombre una cesta con hierbabuena del huerto recién cogida. La mujer ansiosa por conocer su contenido desbarata ajetreosa el ramo. Y hurga y hurga hasta llegar hasta las entrañas de la cesta. Allí no encuentra nada. Presencia mira ahora entre ilusionada e inquieta al hombre, que sin más le dice:
¡No necesita la hierbabuena regalos en su interior para expeler su aroma! Fondo y forma, Presencia, son la misma cosa.
Y la mujer añade:
Sí; pero a la hierbabuena bien que le gustaría saber que su fragancia no es desoída por aquellos que la huelen o la desean.

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