jueves, 29 de julio de 2010

Apócrifo

Apócrifo. No sé por qué titulé así la carta que escribí a mis hijos cuando eran adolescentes. Hoy tienen más de treinta años; y si tuviera que escribirles de nuevo, ¡seguro! no sería como entonces, con aquella misiva instructora y extensa. Era prepotente, larga y libresca, con más de cien folios, y además pretenciosa y ridícula.

Y en ella me mostraba como el padre-paradigma, emblema y brújula de sus andanzas venideras (¡las suyas!), en asuntos tan personales y exclusivos, como la libertad, el amor y el arte de saber elegir, asunto tan personal e inalienable. ¡Qué arrogancia la mía, la de aquellos tiempos de domador engreído!

Fue una carta escrita desde la autoridad irreversible, inapelable, como injusta, que confiere la paternidad, por sólo haber llegado, antes que ellos, a un mundo familiar (simple cuestión cronológica, de orden). ¡Apócrifo! Ahora sí caigo de por qué nombre tan encriptado y falso. La más clara expresión de un narcisismo fatuo.

Me miraba yo en la frescura esquiva de sus ojos que temblaban en las aguas de mi comportamiento ostentoso.

Si hoy, a estas alturas de mis años blancos, de nuevo tuviera que escribir otra carta a mis hijos, no sé si lo haría. Lo que sí tengo claro es que ante me leería la carta que Kafka escribió a su padre.

1 comentario:

  1. Se me antoja leer esa carta, tal y como la cuentas, solo por haber estado "aquí" más tiempo que ellos.
    Uno se queda pensando en las huellas que fue dejando y en cómo los demás la han aceptado, o no, la han seguido o declinado.
    También sería sumamente interesante que esos hijos, hoy, le escribieran una carta a su padre.
    ¿Qué le diría el uno al otro?

    Un abrazo, Juan, rey de las letras.
    Neli.

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