miércoles, 12 de mayo de 2010

Westfalia

¿Es posible la victoria sin la rivalidad de dos enemigos que la alimentan con insidias, dolor y afrentas? ¡Por consenso!

La historia le habló de treguas, amnistías, tratados como el de Westfalia, aquel que diera fin a la guerra de los ochenta años. Y se empeñó en pactos y componendas.

Hoy sólo recuerda las heridas que lleva sobre sobre su cuerpo humillado. Nunca entendió a los que le decían te perdono pero no te olvido. Nadie es amigo de contiendas. Él tampoco. Y puso su ponderación, su palabra, la única arma en la que creía, sobre la Mesa. Pero salió trasquilado, con más enemigos que antes de firmar el final de la batalla. Una palabra lleva a la otra y también a su contraria. Y se enzarzaron perdido el juicio las dos palabras.
Mi palabra contra la tuya.
Y de nuevo la pelea. Ortodoxia y Cristiandad contra Reforma y Modernidad. La presunción de los vencedores, su marcialidad, la arrogancia; la aniquilación de los vencidos. Otros treinta años de guerra.

En este mundo de dualidades y confrontaciones sustanciales declararse pacifista, suscribir un armisticio, tal vez sea una negación, un pecado, por llamar de algún modo a la tenaza que atiza el fuego con un apretón de manos. ¿O acaso fue su cobardía, su amarillismo el que le que le obligara a firmar aquel tratado puritano, más cercano a la hipocresía y a la insensatez, que a la naturaleza propia de las cosas?

1 comentario:

  1. La palabra sirve para convencer, entender y entenderse, para acercarse al conocimiento, también sirve para defenderse, porque muerde y puede ladrar, pero nunca mata. Por eso los acuerdos se llenan de palabras, se firman con palabras, hasta en los silencios bailan las palabras. La ausencia de palabras es la violencia y la guerra. Incluso la muerte necesita en su epitafio palabras. Y sí, la hipocresía se viste de palabras, pero con palabras la desnudan. Un mundo de palabras, sólo de palabras, y si hay algo que ganar, que sea a través de las palabras. Sólo se convence con palabras, y nosotros, los locos, lo sabemos. Un abrazo, y ya pasé por mi blog, para dejar ¡cómo no! alguna palabrá...

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