jueves, 6 de mayo de 2010

Sindicalismo



Cuando mi amigo me dice que en España hay casi trescientos mil liberados, no sé si se refiere a la fortaleza del movimiento obrero en sí, o tal vez le apene la excesiva burocratización, funcionarización o entreguismo de las Centrales sindicales.

El que a los liberados hoy se les acuse de nepotismo, profesionalización, enchufados, parásitos, adictos al régimen..., sobre todo por la tropa conservadora, codiciosa de coger las ramaleras de los bueyes del poder, no se debe, creo yo, a su labor delegada, mal o bien llevada, o criticada con razón, sino a la contextura propia del mundo obrero al que representan, hoy desfigurado hasta el extremo, que no se parece en nada a aquel concepto de Clase de los años setenta, y mucho menos a las definiciones marxistas de los mejores tiempos de la revolución industrial en la que anidaban polluelos tan nobles y entusiastas como solidaridad, justicia, internacionalismo, militancia desinteresada, libertad, defensa de los oprimidos, los nadies, los últimos. El capitalismo nos ha ganado la batalla, nos ha comido hasta el tuétano el coco. Aquellos nidos acabaron destrozados por el vendaval contra el ribazo.

Si empezamos a meternos con los delegados sindicales, con los diputados, con los porteros del edificio, con el guardia jurado de nuestra urbanización estamos en nuestro derecho;¡pero cuestionémonos también nosotros! -le digo a mi compañero. Sobra el tópico tenemos los representantes que nos merecemos. Y es verdad. Voy a poner un ejemplo, el mio propio. Ya puestos: ¡al carajo el pudor! otra reminiscencia burguesa. Soy un romántico sindicalista llegado al movimiento obrero en los años en el que las libertades sindicales eran perseguidas. Una huelga, una octavilla, una manifestación, un mitin, una caja de resistencia, un plante... eran castigados con cárcel. No habían convenios. Y si los había, eran firmados por la CNS, sindicato vertical facista.

Desde las libertades soy afiliado a la UGT. Pago religiosamente mi cuota cada trimestre. Incluso me degrava Hacienda por ello, ¡manda huevos!. Hasta ahí llega mi compromiso. Este año ni siquiera he ido a la manifestación del Uno de Mayo. ¿Para qué? me justifico. Del sindicato recibo cartas, convocatorias de asambleas, la revista, información, almanaques, pegatinas, ofertas de vacaciones, en las compras, balnearios. Paso de cualquier comunicación. Hace tiempo que no asisto a ninguna reunión. Pero no cambio los sindicatos por ninguna otra representación obrera. No es sólo nostalgia de tiempos pasados. El enfermo sabe que tiene cáncer, pero no se deja morir, sino que acude esperanzado a las sesiones de radioterapia. El mundo obrero necesita urgente una operación quirúrgica. Y los sindicatos, reciclarse, o yo me vuelvo loco.

Hoy me pedía el cuerpo recrearme con el azahar de la primavera, el verde recién nacido de la lluvia, oxigenarme con el limpio azul que tras el viento de ayer germinó limpio en el cielo, pero mi amigo me interpeló con su purismo de que si el excesivo número de delegados era una sangría que el estado no se podía permitir en estos tiempos de crisis en el que las centrales se manifiestan a favor de Garzón y no lo hacen en cambio para defender el derecho al trabajo de cuatro millones de parados.

Y no acaba aquí la cosa. Esta mañana los griegos convocados por sus sindicatos se levantan en huelga, y muere una mujer en cinta. Y a mi me recome la cabeza la Europa del Capital y me sangra el corazón que sean siempre los mismos los que llevan las de perder. Me cuentan que allá en Francia los nietos de Georges Marchais votan al Le Pen, como si me dijeran que aquí en España los hijos de Camacho o los nietos de los mineros de La Camocha votarán por la Falange. Y en esta aldea global en la que vivo no distingo, ni entiendo el berenjenal en el que estoy metido.

1 comentario:

  1. Una entrada magnifica,Juan compañero,del alma, compañero...
    Besicos,

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