Quebrado como una rama después de la tormenta estaba el pensionista, entre la realidad más doliente de la política vergonzosa y pesimista de los últimos días y el idealismo de la poética de siempre.
Y se animaba con Miguel Hernández:
Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias¿Acaso no es la vida -se decía sumiso el jubilado- ese cable tenso en mi cabeza que se rompe entre el polo positivo, vitalicio de la sociedad del bienestar, y el otro extremo, el negativo, el positivismo anegado de frustraciones y promesas incumplidas? La vida es una ironía, una mentira. Un manzano con flores muy bonitas que nunca darán fruto.
Y siente el pobre hombre un calambrazo en sus haberes congelados, y se le ha metido entre ceja y ceja un cuerno ardiente, ese clavo del capital que nunca pierde, y que dobla a Zapatero, a Obama, y al mismísimo sursum corda que se tercie.
Cuando el fiel marque el justo centro entre la balanza de la realidad y el deseo, la poesía y la política, lo prometido y lo cumplido, lo que somos y lo que decimos, entonces ese día, como decía Camus en L`envers et l`endroit, podremos construir la obra que soñamos.
Y terminó el jubilado de leer la Canción última del hombre que acecha:
Dejadme la esperanzaPero para entonces al árbol de la esperanza cansado de esperar se le secó la savia.
Imagen: Mihály Munkacsy. Milton, ciego dicta a su hija "El Paraíso perdido"
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