Hubo un tiempo en que Germán, además de su camisa bien planchada y de su reloj de pulsera, fue, sobre todo para ella un hombre guapo, elegante, de andares soñadores y bucólicos y ¿por qué no decirlo? apetecible con su culo prieto y bien formado; pero de todo se cansa una, si ese uno, más que mirar al mar, siempre anda preocupado de su ombligo, de su llavero y de la gomina del pelo.
El desenlace se veía. Se separaron por la cosa más ridícula. Germán una mañana no encontraba su camisa. Y él sin su camisa, sin sus llaves, sus zapatillas de andar por casa, o sin su sillón preferido, no era nadie.
Y ella se quedó con su camisa, sin su coche pulcramente cada dos por tres por su ex marido aseado; y Germán, sin ser él mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario