domingo, 11 de abril de 2010

El maestro Charrero


Llevaba siempre consigo una racimo de bellas palabras. Y las departía entre aquellos que veía como quien regala flores y uvas, parabienes y sonrisas. Eso sí, algunas veces por pudor, autocensura o ligereza, no lo sé, o por aires de grandeza tal vez, hablaba lo que no procedía, o lo contrario de lo que en ese momento sentía. Dicho de manera más benévola: el maestro Charrero no siempre atinaba a decir lo que quería. Y cuando nada más verme me ofreció desinteresado un manojo de siemprevivas recién cogidas del huerto de su locuaz impertinencia y vanagloria le dije de sopetón:
No querrás que yo me quede con ese muerto de vocablos arrebolados que me largas, manojos de pasas podridas.
El Charrero era más bien un señor tímido y retraído que se escondía tras el follaje de retahílas y lirios con el que me obsequiaba. Sus incansables palabras eran parapeto y a la vez lupa y mentidero de su miopía no asumida. Y lo que el creía que para mi sería un obsequio, me sentó a humillación y desprecio. Sus ínfulas de magnificencia me machacaban el cerebro. El tenía un jardín lleno de flores, de viñas y el real diccionario de la lengua atragantado en su boca como cepa centenaria. Y yo: pocas entendederas y de palabras escasas, las justas: sólo un camastro sin epítetos ni complementos donde caerme muerto. Y con esos mimbres: sus telas de armiño y mis hilos airados; la incomprensión y la enemistad fueron el resultado.

Le tiré su ramo a la cara con tal desafortunado efecto que sus palabras en retroceso se le enredaron en la garganta y se quedó mudo en el acto.

1 comentario:

  1. Eso de que las palabras se enreden en la garganta y se quedara mudo tu amigo, el de los racimos de bellas palabras...es una catastrofe...
    Hay tantos que deberían enmudecer...sus palabras son de espinos sin flor ni calor....
    Me encanta leérte,Juan
    Besicos.
    Ah, ya he terminado el cuento...Ya me dirás...

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