domingo, 7 de marzo de 2010

La emecuarenta



Acostumbro a deambular entre las hierbas rastreadoras del cerriche que se agarra entre las piedras quietas del ribazo. Me adormece la serena mirada del mandarino frente a los arcos del porche y la madreselva. La elegancia acompasada del respirar pautado de la acequia entretienen mi sostenido encanto diario. Y hasta las lagartijas no se asustan de mi sombra verde sentada debajo de una parra de Corinto.

Y de pronto me veo sumergido en el marasmo de un mapa infinito de carreteras donde todo salta ajetreado por el bullicio: el ir y venir sin cuento de una manada de grillos. Es como si me picara una avispa en un párpado en medio de una suculenta siesta.

¡Adiós placentera modorra, adiós sueños cantarines de agua, adiós brillo apaciguado del baladre blanco! Todo se va al traste. Como cuando el escribir es estornudar: se te mete no sabes que cosa en la nariz y has de escupirla porque si se quedara dentro te destrozaría como una bomba de racimo con su metralla sin fuste de letras.

Aunque en este caso yo bien sé lo que se coló cual elefante rabioso en la cacharrería de mi sosegado intelecto. He de sacarlo fuera en esta entrada bloguera antes de que su explosión reviente las vísceras de mi vivir relajado. Y a eso vengo:

Iba yo desde la Avenida del Mediterráneo hacia Barajas a recoger a un amigo procedente de Frankfurt. Con la ayuda de Geogle Mapss me había aprendido antes el trayecto con todas sus variantes, bifurcaciones, salidas, entradas e incorporaciones cual opositor a una plaza de ayudante de autopistas y caminos. Y en un despiste decimal a la altura de no sé donde, en vez de girar a la derecha por la A2, continué en la M40 dando la vuelta entera a Madrid desde el este hasta el oeste pasando por todos los puntos cardinales del globo interminable de la ciudad del oso circulatorio para llegar con más de dos horas de retraso al punto e. Lo de menos fue el error , al que, nunca mejor dicho, de paso siempre estaré agradecido de no bajar la guardia en cuestiones de tráfico. Lo más importante y trascendente fue el subidón, el fragor que viví como náufrago en un mar de coches entre túneles y señalizaciones, atascos a cuatro banda, abducciones, adelantamientos, pitadas a todo trapo, airados deslumbramientos de faros, quiebres de moteros arriesgados con sus arrimados pases a dos palmos de mis cuernos afilados.

¡Cuántos años de adelanto y progreso enmudecido para llegar a tanto sobresalto y retraso! El tufo del carburante, la niebla de los acelerones, mi nerviosismo, la ansiedad, las prisas, los nervios acumulados de los conductores frenéticos como salidos de un corral, encerrados a cal y canto, formaban un conglomerado opaco que me nublaron la vista.

Todo un éxtasis viario. La inercia de tanta locura en marcha a más de ciento y la madre me sumió en divino trance. Y cual el místico de Fontiveros "entreme donde no supe con su saber no sabiendo" y llegué sano y salvo al aeropuerto. Pero para entonces mi amigo de Frankfurt cansado de esperar, se había esfumado... y todavía sigo buscándolo.

1 comentario:

  1. ¡¡¡Madre mía "
    Has encontrado a tu amigo....?
    Qué bien relatas el atasco...Me ha encantado lo del "oso viario" ja,ja,ja.....Besicos.

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