lunes, 8 de marzo de 2010

Patafísica



"El disparate no me libra del monotematismo de vulgaridades lleno. Al contrario, tras el ocaso original del vacío burgués, personalista, esperpéntico y desocupado al que me lanzo entusiasmado, mi caída es mayor. Y al igual que otro Fernando Arrabal en un plató de televisión, a cuatro patas me veo tras una borrachera de extravagancias dalinianas. Recurrir a la estridencia y provocación como alma en el arte, como si nada de lo normal pareciera interesante, es una majadería como una catedral".
Diario apócrifo


Llego de la Argentina después un curso de Patafísica. Y a tono e ilusionado con las enseñanzas allí aprendidas me pongo como buen neófito a practicar literatura surrealista, vanguardera y escandalosa. Y me aplico en pensar cosas que nadie pensaría según el consejo de Boris Vian. Y de nuevo aquí rehallado en el folio en blanco del escritorio de caoba enmudecido, me devano el cerebro en busca de excepciones originales, incongruencias que animen al personal y sublimen mi aburrimiento otra vez retomado y descubierto nada más entrar de nuevo en casa. Y me acuerdo del perro. Hace tiempo decidí no sacarlo a la calle. Desde entonces lo tengo en el patio. Tanto era el trabajo que costaba recogerlo cuando por las tardes lo llevaba a dar una vuelta por los jardines aledaños, (el animal tozudo se negaba a regresar a la mediocridad de su habitáculo enclaustrado) que decidí dejarlo para siempre al cuidado de los duendes en el parterre del edificio.

Tres meses en el Longevo Instituto de Altos Estudios Patafísicos no han bastado para extirpar los genes adquiridos y viciados de mis hábitos de antes entre autistas, mecanicistas y ordinarios. Es cierto que allí en el barrio de Miraflores de tus Buenos Aires querido me olvidé de mi, de ti, del polvo del aparador, de mis pestes íntimas, de las telarañas de las calles por donde transito a diario, del ocre mugriento de las paredes solitarias, de mis tediosas miradas, de los atardeceres de siempre, de tu sonrisa encajada, del papel mojado de tus escritos agónicos.

Nada más abrir la puerta del ascensor hacia la letra eme de mi apartamento, un tufo a Blao me detiene en seco. Debe ser la fina trivialidad del lapsus a decir de un Lacan recuperado. Hago un esfuerzo, y al ver a mi perro contento tras mi larga ausencia encaramado a la valla del jardín, me reanimo contagiado por el entusiasmo de su rabo en movimiento giratorio. Entro en el piso, mis narices detectan el antiguo olor a rancio de mis arcanas ideas archisabidas, mi sudor colgado en el armario, el vestigio apagado de un dormitorio adosado a un patio de luces oscuro, el gris amarillo de mi otoño retornado en el sucio fregador de la cocina, el suelo pegajoso de unos pies vaporosos y atestados de infusiones de manzanilla con miel por un cuarto de baño ahumado..., y las hojas secas de mis geranios sin agua que huelen a mis entrañas.

Y me digo:
Sólo soy feliz fuera de mi, separado de mi hediondez personal.
Cojo el ambientador patafísico y perfumo la casa de arriba abajo. Pero como no puedo eliminar del todo mi olor ensobacado por todos los rincones del apartamento, me pongo de nuevo en venta para salir de mi personal letargo y abulia a cambio de unas nuevas clases sobre la Transgresión, la Enajenación y el Absurdo, pero esta vez allá en la Siberia donde los hielos conviertan en témpano mi pituitaria.

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