domingo, 14 de marzo de 2010

Escribir de oído


Hay quien escribe con las nalgas, de boca, con las uñas, con el culo, al dictado, desde la pedantería, en cuclillas, con los ojos, la cartera, orgulloso. Y yo creía que los poemas eran panes amasados en el silencio, horneados al fuego de la emoción callada, la rabia contenida, la alegría acumulada, enmudecida, la contemplación ociosa de la naturaleza, la pérdida de una mujer, el reencuentro de la infancia, desde la soledad sentida.

Por eso cuando ayer te oí decir que escribías de oído, pegado a las gentes, a su rusticidad sencilla, acerqué mi oreja al ciprés que sombrea el atardecer de mi casa. Y quise traspasar el húmedo latido fresco del árbol en esta nota.

El ciprés solitario cubre solidario de tristeza el tejado inhóspito de mi habitación vacía, tu camino abandonado, tu cama yerta, la pluma quieta. Mis palabras, las del árbol digno, son sólo corteza ruda y opaca, incapaces de decir lo que por dentro viví cuando junté mi oído a tu corazón de savia.

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