jueves, 14 de enero de 2010

Simplemente Leo




"Todo es veneno y nada es veneno, la dosis sola hace el veneno"
(Paracelso)


Fui Leo hasta antes de morir. Y ahora que estoy muerto me llaman Leopoldo Sabido. Así lo hace ahora el matrimonio que ha venido a visitar a su hijo, mi vecino de nicho, un joven de veintinueve años al que encontraron perdido y congelado este invierno pasado en Sierra Nevada:
"¡Mira, ¿no es ese Leopoldo Sabido, el oficinista de Estructuras del Poniente, aquel que murió envenenado?"
Somos lo que los demás recuerdan de nosotros. Fui un tío legal por los cuatro costados, cariñoso con los niños, respetuoso con los viejos, fiel a la mujer, tierno con mis hijos; en cambio para el resto del mundo siempre seré un intoxicado. Un caso parecido al de aquel ladrón de gallinas, un tipo cabal y con la dignidad por bandera; sin embargo todo el mundo lo conoció como otra cosa: un criminal escapado y ajusticiado con el garrote vil.

Pero en lugar de contaros yo en persona lo que pasó con mi muerte, y para que parezca cierto, que lo haga Adrián el kiosquero. Así que os dejo con la confesión que ante el juez hizo este vendedor de chucherías:
"Camino de su trabajo sin fallar un sólo día Leopoldo Sabido un cuarto de hora antes de las ocho de la mañana compraba el periódico en mi kiosco de la puerta del teatro, dos manzanas más allá de donde el infortunado vivía con su mujer y los hijos. Durante veinte años seguidos, casi ocho mil periódicos al cuerpo fueron suficientes. Y de esta relación diaria entre Leopoldo, el contable de la fábrica de Estructuras, y un servidor, Adrián el del kiosco, surgió lo que acabó con su vida.

Para Leopoldo, según el mismo me contaba, el momento cumbre del día eran los veinte minutos del desayuno. Sentado en el bar, frente a un café con leche, desplegaba el periódico y se entregaba abstraído en la lectura de La Verdad, su diario favorito, en medio de aquel alboroto que a esa hora de la mañana llenaba el local de trabajadores. Leopoldo no era forofo de ningún equipo de fútbol, tampoco, seguidor de avatares políticos, ni curioso de cotilleos. Y si leía el periódico lo haría por no ser raro ante los demás, y poder decir algo cuando en las conversaciones entre los compañeros salían temas como que si Kaká había llegado virgen al matrimonio o si la Pantoja tenía un nuevo amante. Si no le importaban las trifulcas del gobierno y la oposición, si no miraba siquiera el número de los ciegos, ni se enteraba de editoriales, ni carteleras de cine, corrientes de opinión, ni consultaba el horóscopo ¿qué es lo buscaba con tanta insistencia Leopoldo entre unos papeles a los que se agarraba como diabético a un bolígrafo de insulina? Y como el cántaro malhumorado que vuelve de la fuente, seco tenía Leopoldo la cara. A el sólo le importaba leer, sin interesarle nada lo que leía.

Las venas que transportan la sangre de nuestro cuerpo no saben de hemoglobinas, tampoco las palabras escritas dejaban en la mente de Leo emoción o significación alguna. Y a mí me daba mucha rabia que Leopoldo Sabido comprara el periódico de manera tan desagradecida, me indignaba no saber lo que este hombre esperaba encontrar más allá de titulares y columnas. Todas las mañanas se quejaba de lo mismo: "¡no sé para que leo la prensa si nunca encuentro lo que espero!" Leopoldo tampoco sabía que, como la mujer que se libra poco a poco de su marido a base de raticidas, la prensa escrita a veces lleva en su tinta un veneno que ataca a la vista y el tacto y sobre todo al cerebro. Esta y no otra fue la causa de su muerte, con el atenuante de que en el momento en que Leopoldo dejó de consumir esta sustancia tóxica que yo previamente incrustaba con una buena refriega de semillas de ricino en el ejemplar que puntal cada mañana le entregaba, moriría. Y eso es justo lo que le ocurrió (¡paradojas del veneno!) a este oficinista de Estructuras del Poniente. Pero aún así confieso que no le maté. Me declaro inocente. Murió porque dejó de leer el periódico que le mataba".

2 comentarios:

  1. Para Leopoldo el periódico era vital, pero aclaremos que no hablamos de un periódico cualquiera, hablamos de La Verdad, edición de Murcia, seguro. Lo digo porque es la edición con más enjundia y solera.
    El relato es estupendo, me ha encantado.

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  2. Amigo Juan, me ratifico: escribes muy bien......
    Y no me extraña que muriera leyendo las mentiras de "la verdad"..............
    Besicos.

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