sábado, 16 de enero de 2010

La maestra caracol



Yo no sé que le recomía a Alejandro Dumas cuando dijo que el placer de los dioses es la venganza. Es cierto que el poder es vengativo y no admite que nadie se monte en su chepa, que nadie le moje la oreja. No quiere perder el poderoso las mansiones de cristal de su Olimpo discente, quebradizo y prepotente. Pero en esta mañana yo me acuerdo del dramaturgo francés para decir lo contrario: el poder de los dioses es la bondad, la magia de la escritura.

Y hablando de dioses veo a una niña repantigada en el suelo. Se ha olvidado del colegio, de su madre y la muñeca. Tendida boca abajo sobre la hierba del jardín contempla la niña el garabato de plata de un caracol azulado. La niña lleva apostada frente al molusco escribano un buen rato, toda una eternidad. ¡Que a su edad los ojos no tienen horas, ni prisas la imaginación creadora!

El rastro que el caracol dibuja en el suelo, es para la pequeña la cosa misma que el chupalandero pinta. Un simple trazo: el papá. Una raya: la mamá. El redondel es un sol.

Con cara seria como el rayo la tutora busca a la niña perdida por todos los rincones del colegio. Y la letra que ahora escribe el caracol azulado es la maestra, grafía presente y resurgida sobre la hierba fresca. No sabe la señorita que el caracol le está enseñando a la niña la escritura de los dioses, las huellas de su andadura.

1 comentario:

  1. Qué asunto más bellamente expuesto labras acá, la poética también es cosa de narradores siempre lo he dicho, todo nace de una concepción melancólica, luego se tiñe de objetividad para terminarla en poesía narrativa como le llamo yo.

    Mis respetos a tu mano alzada.

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