viernes, 8 de enero de 2010

Página en blanco



No te molestan los papeles arrugados, borrones de tu mente en blanco por el suelo, ni el barullo de libretas y esquelas, notas y avisos desoídos, citas sin brújula, llamadas desatendidas que olvidaron su razón, perdieron la memoria en el canto afásico de la estantería con sus cajones de textos cerrados, y montones de libros desafinados y mudos, párrafos subrayados y desiertos en el ocioso jergón del escritorio. No te estorban los lápices y bolígrafos sin color y sin punta, sin imaginación, fuera del jarrón, exiliados del tintero de su ilusión, desilusionados. No te molesta nada; pero estás harta de tanta suciedad, desidia y abandono que enfanga el cuarto de tu taller de letras sin autor, desvencijado.

Un trozo de chocolate medio mordido, cubierto de caspa atrae a una mosca que merodea atrevida alrededor de tu desgana. Una botella de plástico acartonada refleja tu sed agónica en la pantalla del ordenador ennegrecida por una lámina blanca de pelusa y sequedad. El metro que hace un mes cogiste del almacén para medir el desaliento de los cipreses y el viento, aún aguarda ser devuelto a su sitio. El vendaval no ha cesado. Son tantos los días que convives con este polvo que niega a los objetos su brillo, que eres el polvo mismo, la polseguera. Y no te extrañas, ni hueles a basura. Eres el desorden del vacío, la inspiración negada. Semanas que tus manos perdieron su tacto. Y entre tanto enredo e inapetencia, tus dedos, candado cerrado, siguen ciegos sobre las letras quietas de un teclado aburrido, sin agua, sin semen, sin yema, acequia sellada, tábula rasa.

Las tijeras, el fixo y los trozos del papel que sobraron tras envolver tu último escrito permanecen aún encima de la mesa en señal de luto por tu página en blanco, o el pánico de tu fracaso desde el día en que dejaste de ser, de regar el huerto, que ¡para ti vivir y escribir todo es lo mismo!

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