sábado, 26 de diciembre de 2009
No todo lo que brilla es eterno
No todo lo que brilla es eterno. El brillo, que bien pudiera no ser la esencia de la belleza, se convierte en estos días en el gran encubridor de aquella hermosura pretérita y pasajera.
Paseo yo esta tarde con mi recuerdo de niño al hombro un caballo extraterrestre entre bombillas de purpurina y estrellas de papel de plata, y veo abierto el chiringuito del pesebre que así se llama el café de la plaza de mis entretelas de paja. Entro y me siento a tomar una copa de mirra para apagar el ascua de mis nostalgias, mis zarzales, e izar las alas de una navidad irrecuperable que dentro de mi llevo sin hilos y sin sostén como el cauce al agua, muchacha inocente y libre.
El viento afuera sopla con fuerza. El frío espanta a la conciencia. Charangas de villancicos contra los cristales de una lluvia de celofán refulgente ofuscan a los pastores, a la estrella de hojalata, a la mula y al buey del escaparate, a los clientes y al mismísimo rey Herodes, que así se llama el dueño del supermercado de enfrente, nuestro belén y retablo donde una muchedumbre de mugre compramos a precio de saldo sueños a dos reales.
Me vengo al cobijo de este bar de resentidos poetas, santiguadores y meigas, prestidigitadores del verbo, iconoclastas, creyentes sin religión, corruptos del sueño, locos por la utopía, (todos ellos de mi mismo criaturillas comerciales)... para librarme de la pesadilla de haber perdido mi platillo volador y clavileño, mi peonza de siete colores y medio de aquella pascua de mi infancia tan fugaz como florida.
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Ni es oro todo lo que reluce. Ahora bien, se puede dejar de ser amigo de alguien que desapareció, ya no está, o está lejos ¡¡¡NO!!! Ahí, hay algo de eternidad. Tampoco se puede dejar de amar a los perros y a los gatos, porque nuestra última mascota se despidiera un día. Seguimos amando al río en el que perdimos la inocencia y ganamos el placer de la pasión, aunque no sean las mismas aguas. Nos seguimos desangrando de alegría cada primavera con los primeros brotes de la huerta. Y terminamos llorando, como el cielo, cuando se empapa de recuerdos el cristal de la ventana del escritorio. En fin, amigo Juan, que como Clavileño aprendimos a volar.
ResponderEliminarUn abrazo para ti, y otro para Carmen.
Alicia (maravillas)
Así es, el fugaz matiz de los momentos con sus claro oscros, la vida misma en un trozo de recuerdos. Pero es el alma la que le da rostros a la eternidad y pese a todo no queremos nombrarlos así de ese modo. Existen para mí escalafones de vivencias con sus minutos contados, otros que se demoran más para morir y unos pocos que llegan a ser tan memorables que jamás salen de adentro y que supongo me acompañaran hasta el final.
ResponderEliminarUn abrazo juan en la distancia