
A veces, más que un sentimiento, una idea o un conocimiento, lo que me mueve o conmueve es un simple dispositivo (sistema) ora lumínico o sonoro, ora físico o mecánico, que, sin más profundidades, al activarse produce en mi interior la misma sensación o efecto que las motivaciones reales anexas al sistema, pero sin su sustancia.
El ratón se ponía contento (movía las orejas y el rabo, segregaba saliva) cada vez que la pala de madera con su piloto-estrella encendido introducía el trozo de queso en la jaula construida a tal efecto. Luego de asimilar el ratón esta rutina durante un cierto tiempo (piloto encendido y trozo de queso presente), el experimentador introdujo la siguiente variante en la prueba: metía la pala-cuchara en la ratonera, pero esta vez sin el trozo de queso, (sin mensaje o buena nueva). Sólo se encendía el artefacto eléctrico.
Resultado: el investigador comprobó que el ratón con tan sólo ver el piloto encendido se despreocupaba por completo de la comida. Y lo más relevante de este ensayo es que el ratón sin probar alimento actuaba como si hubiese comido (movía contento las orejas y el rabo).
Conclusión: este dato científico luego se aplicó con rotundo éxito a la industria de granjas y cebaderos donde animales de toda especie, incluida la humana, sólo necesitó el consumo de doce vatios de luces impactantes, estrellas multicolores colgadas sobre sus narices como alimento diario. No es necesario señalar y agradecer el ahorro presupuestario derivado de este experimento lumínico que le proporcionó al reino animal en su conjunto. La naturaleza ya no tuvo que ser sangrada con más explotaciones agrícolas innecesarias. Más luz, menos consumo. Luciérnagas.
Dicho de otra manera: soy artificiosamente cautivado más por el resplandor, la chispa momentánea de un fuego fatuo, una señal instrumental de reclamo, el rábano por las hojas, que por su sabroso bocado. Claro, ¡y así me va!
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