
Ayer mismo terminé de leer "Las manos cortadas" de Luisgé Martín. Y esta noche ya he soñado que iba en el taxi de Osvaldo. Viajábamos al Parque Nacional Rapa Nui. Osvaldo quería sorprenderme con los Moáis, las legendarias estatuas que pueblan la isla ancestral y misteriosa de Pascua.
Pero aquella ilusión de otras veces: visitar ciudades, un idioma extranjero, otras costumbres, ser sorprendido por la originalidad de un paisaje, otras miradas, colores jamás vislumbrados, había desaparecido. La belleza no existe sino emborronada con la maldad innata. Y el revolucionario más honrado es al mismo tiempo un déspota marido, maltratador infiel. Y así los hay piratas con corazón de oro, y capitalistas generosos, devotos de la justicia social y al mismo tiempo avariciosos.
Los sueños son para transgredir la realidad, sobre todo cuando la realidad es insoportable y no deseada. Soñar al fin y al cabo es optar por otra vida mejor que la que nos tocó vivir. Pero cuando sabes que soñar sólo es un sueño, el sueño es aburrido, además de mentiroso.
Menos mal que luego mi desengaño se convirtió en ejercicio para el propio conocimiento y el perdón ajeno.
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