miércoles, 18 de noviembre de 2009

Determinismo


Son las seis de la mañana. Me levanto como un resorte con la luz apagada. Autómata llevado de un impulso incontrolado y ciego. Soy un reloj puesto en hora por una mano invisible que al alba me despierta a toque de determinismo y campana. A tientas me dirijo al baño. Y meo. Y mientras orino me pregunto: ¿por qué acostumbro a vestirme a oscuras; y en cambio me desvisto con la luz encendida? Desestimo la respuesta. Es muy temprano para despejar contradicciones y demás filosofías, sobre todo en tiempos de crisis.

Luego abro el grifo del lavabo y pongo mis dos palmas suplicantes debajo del chorro del agua fría. Me restriego la cara, las orejas, desentapono mis narices y me enjuago la boca, los dientes, gargajeo y me mojo el pelo. Esta rutinaria ablución matutina abre mis ojos. Miro al espejo y caigo en la cuenta, descubro esa mano oculta, ese misterioso tercer hombre que me mantiene programado como un despertador que no falla.

No es de alcurnia divina quien me puso a punto y en hora. Es la vejiga, mi incontinencia urinaria la que me tira de la cama todas las mañana. Y como siempre, otra vez víctima soy de mis propios deshechos acumulados que tiran de mi como buey de un carro.

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