miércoles, 11 de noviembre de 2009

Mendicidad agresiva


Vendía cabezas de ajo, cajas de cerillas en la entrada del mercado y me llevaron al cuartelillo. Allí me dijeron que para ser vendedora ambulante debería tener una licencia. Como no tenía dinero me puse a pedir en la puerta de la catedral para poder hacerme con el permiso. También me arrestaron porque mi condición de pordiosera, según el agente, agredía a los turistas. Tuve que ingeniármelas de nuevo. Cogí un trapo y un cubo viejo del contenedor de unos grandes almacenes, y en la explanada de la gasolinera que va a las urbanizaciones de la costa me puse a limpiar parabrisas y retrovisores. De nuevo un picoleto, me quitó los trastos y me dijo que si me volvía a ver en las mismas, me llevaría a comisaría.

Confieso mi contumacia; pero por principio soy de los que piensan que no hay que vivir del cuento, y tengo que currar lo mío si quiero pagar la luz. Y como mi abuela de pequeña me enseñara a recitar las coplas del Tempranillo, me vestí de bucanera con unos trapos viejos del ropero de la iglesia. Y encima de las escaleras del paseo me puse a cantar los versos aprendidos de mi abuela con un platillo a mi vera:
Escucha, por Dio, sabrás
mis tormentos y mi pena,
y al escucharme verás
que el mundo me echó no más
a esta vida de mí ajena.
En la arabesca Granada...
Un expectador disfrazado de secreta me cortó en seco:
"No sabía usted, señora, que mimos, cantantes y demás artistas deben contar con un permiso municipal para realizar su tarea".
Me tragué mis versos. Y cuando para salir adelante a punto estaba de vender mi cuerpo en la cuesta de La Magdalena, una amiga vino a verme:
"Conozco yo un quehacer "no agresivo" para el que no necesitas ningún salvaconducto"
Y antes de que terminara, la atajé:
"No me lo digas, ya lo sé, me presentaré a concejala"

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