viernes, 13 de noviembre de 2009

El calor de las palabras


Las palabras no son calientes ni frías. Como las piedras, su temperatura no viene de ellas; sino de los adentros de fuera. Y como el sol y la nieve transmiten su humor a un guijarro de por si inexpresivo y de tibieza cargado, así nosotros según nuestro estado de ánimo conferimos a lo que oímos su peculiar significado.

Yo no sé si cuando con su sonrisa burlesca me llamó gilipollas por dejar un momento la bolsa de la basura en el portal de su casa, utilizó este término con la confianza que dos colegas se dicen "y tú más" sin que su amistad resquebrajada quede por ello. Lo que sí sé es que aquella mañana el venablo gilipollas dirigido a mi por la insensata espontaneidad de mi vecino me sentó como un tiro. Y más cuando la bolsa de la basura estuvo en el descanso de la escalera sólo el tiempo que tardé en devolverle el paraguas que la noche antes olvidó en mi casa. Y ser increpado, en lugar de felicitado, fue lo que me dolió tanto. No sé si su descalificación fue malévola; pero injurioso y malévolo me resultó el batracio salido del charcal de su boca, y dañó de tal manera mi autoestima que desde ese momento miro para otro lado cada vez que con él en el ascensor coincido.

Y a refrendar este hecho viene ahora el recuerdo de aquella otra palabra empleada por mi madre en mis tiempos de infancia para referirse a mi habitación. La llamaba "leonera". Y tanto apreciaba yo mi cuarto con sus juguetes por en medio, los tebeos por el suelo, mi rincón, las cálidas sábanas, la caja de mis secretos, que aquella palabra dicha por mi madre me resultaba querida, tan querida para mí como horrible y desordenada para ella.

Y es que una palabra, no por ella misma, sino por su temperatura añadida, puede quemar como el hielo, o provocar con su sonrisa el desprecio.

1 comentario:

  1. Y también, una sola palabra, puede calentarnos la soledad y el alma. Una sola palabra siembra auroras y oscuridades. Hay palabras que huyen, separando; y las hay que se ofrecen con la única finalidad de entendernos, ese fruto sabroso, del humano pensar aristotélico. Una palabra siempre, hasta en el infierno.

    Alicia (maravillas)

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