
A simple vista no me faltaba nada, y si te fijas bien, me faltaba todo. Detrás de mi cuerpo estaba yo, el de toda la vida, pero ya no era el mismo. Eran mis ojos, mi voz, mis dedos y esa tonta manía de esconder mis manos tras mis corvas en momentos de abandono; pero eran otras la miradas, las texturas, los aromas, tus respuestas. El velero de los días se encharcó de peces muertos. Y las dudas crecieron. Y fue tanta la distancia y diferencia entre mis años mozos, tu belleza fresca, y el hombre de ahora, que pensé:
"Una noche mientras dormía, o sedado, un cirujano experto, el carnicero del tiempo, me extirpó aquel corazón de albas y margaritas, de utopías y de amores, y en su lugar puso esta piedra dentro de mi que ni late ni revolotea."Y ahora cuando acaricio tus senos, ya no tiemblan mis yemas ni se enrojece mi cara. Ya no arde tu boca dentro de la mía. Ni el ocaso enciende el volcán de tu cama.
Y maldigo a quien robara mis manos, aquellas caricias, aquellos besos, mis pulmones y aquellas bocanadas de aire, que olían a limpio, a sábanas blancas, a pan recién sacado del horno. Y lloro las alegrías de ayer que hoy se convirtieron en rabia. Y me siento prisionero en otro cuerpo de arrugas y sequedades, de pérdidas y cavilaciones con tuerca. Y me muero por volver a sentir de nuevo lo que ya no sentiré nunca.
Y no me hablen de la edad dorada, de regresos, de veneración, ni de batallas. Palabras, palabras. Burro muerto, la cebada al rabo. Y mientras este vacío me vacía, me voy a dormir que mañana será otro día, no como aquel de antes en que me hicieran este trasplante de mierda.
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