martes, 16 de junio de 2009

Pavo emplumado


Se encumbraba sobre el vulgo. El gran zahorí del mundo se creía. Olvidó que entre las heces y la orina fuera alumbrado. Y odiaba su bajeza, la escondía entre sus letras para no caer de lleno en ella.

Y creyó que en la escritura estaba la respuesta, el único orden posible, su regeneración y trascendencia. Y con sus letras sus vergüenzas tapaba. Despreciaba la realidad por inexperta, analfabeta e inacabada. Y decía:
“Los clásicos se coronaron de gloria a base de encubrir con mitos las intrigas, las inmundicias, los celos y las rarezas de los dioses del olimpo.”
Y era todo un exhibicionista en el cuarto oscuro de sus libros. Sufría de ombligolatría. Un redomado narciso incapaz de calzar del otro su zapatilla. No conocía el placer de la empatía. Y de tanto poner nombre a las cosas, que existieran no sabía. Sacrificaba el todo a la nada de sus textos en conserva.

Y cuando al campo salía confundía su grandeza con la flor de los almendros. Y al ver aquel pavo emplumado me dijo lleno de orgullo:
“Ese faisán soy yo.”

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