
¿Es injusto querer a quien está al otro lado de las montañas y olvidarse de quien tienes delante en tus narices? Que no es cierto “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Puede que el tiempo alivie las penas. Pero no el espacio. De ser la lejanía también consuelo para el dolor, no estaríamos a cada momento sufriendo por el hijo que a miles de kilómetros está allá emboscado en Afganistán; mientras en el olvido tenemos a quienes aquí se quedaron a nuestro cuidado.
La lejanía y la proximidad son puntos cardinales relativos, nada indicadores de lo que se cuece en el alma. El dolor no entiende de meridianos, ni de leguas, traspasa coordenadas, no sabe de norte ni de sur. El sentimiento en su variada gradación de alegrías y tristezas está hecho de otros hilos y trasciende las distancias, las ideas, las culturas.
Y una estrella allá alejada en la galaxia te la encuentras en tu mano florecida, lo mismo que no vemos el llavero que buscamos, y lo llevamos encima.
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