sábado, 21 de febrero de 2009

Más perdido que Carracuca



La crisis económica había devastado la región donde vivía, un orgulloso país situado en lo más frondoso de la desembocadura del río Gónadas. Y dado que en esa zona la competitividad y el movimiento eran mi vida, pensé que aquella maldita ola de recesión y frenazos acabaría con mi particular forma de existencia.

Yo, un simple y escurridizo espermatozoide, (así nos llamaban a los que habitábamos aquel submundo viscoso de líquidos y espermas), supuse en un principio que se trataba de un gatillazo, un simple parón para cargar pilas, un episodio cíclico propio de nuestra consustancialidad errática para así mejor tomar nuevo impulso y consolidar el sistema. Pero sentí tanta morosidad y falta de liquidez en todo mi cuerpo, antes superligero y dinámico, y ahora parapléjico, que mi antiguo y gozoso aleteo hundido quedó en el pozo de mis ahogos y desdichas.

Mi padres siempre me habían dicho que tras el azaroso y fugaz viaje a través de los túneles del gameto masculino, vendría la claridad, ese encuentro iluminado de dos seres que se desean como el sol y la luz. Y hasta confié que una vez superada la crisis financiera, mis ojos verían otro mundo cuyas plazas y calles ya no serían más pistas ni velódromos de carreras sólo para ganadores contados donde millones de espermatozoides compatriotas éramos perdedores, sino grandes avenidas donde los "ys" y las "equis" siempre irían a la par y todos juntos de la mano.

Han pasado muchos años. Y nada de eso ha ocurrido, y yo sigo aún perdido como Carracuca, como los niños del bosque sin sus migas de pan. Y cada vez veo mi cola más deteriorada, en declive. Y no sólo es frustrada e infructífera mi existencia, sino también la de mis congéneres que andan todos en extinción y a la deriva en un mundo donde el hombre ya no es imprescindible para la reproducción, pues basta con que dos óvulos se fusionen para escuchar de nuevo el llanto alegre de una nueva criatura.

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