Y te dije:
“Si me dieran a elegir entre la ilusión de tenerte, y tu cuerpo ya tenido, yo no sé que escogería. Pues tarde o temprano tú me dejarás por otra; pero el aire de este deseo que por tí respiro y siento jamás morirá, siempre estará conmigo por muy enterrado o lejos que de mí te hallares.”Yo ya bien sabía que sueño y vigilia no podían dormir en la misma cama, pero no por ello dejaba de creer en su posibilidad metafísica. Luego callaste. Tal vez mis palabras te sonaran a desprecio. Y quisiste con tu silencio decirme que no te comparara con el aire, pues el viento carece de forma y sus besos y sus senos no saben a nada, o que son prestados. Y recuerdo la parsimonia, tu entretenimiento, la frución con la que te comías aquel postre, miel sobre ojuelas. No querías que se terminaran sus yemas, el brillo, sus flores. Retrasabas su final como un niño sin tiempo, incansable, para no sentir la amargura de mi inapetecible ausencia. Nadie que no esté loco cambiaría una quimera, la receta de una comida, por su yantar delicioso.
Y por fin te decidiste hablar. Y respiré más tranquila. Pues dijeras lo que dijeras sólo tus palabras demostrarían que no es veleidad lo que por ti yo sentí al hablarte de modo tan desatinado y metafórico:
“De acuerdo. En estos dos años que llevamos juntos he sido feliz. Pues he disfrutado de los dos cielos posibles aquí en la tierra: tu deseo y además el tenerte, la cuadratura del círculo.”
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