miércoles, 24 de diciembre de 2008

Hamid



Entre los muchos detalles de estos días también recibí el tuyo y tengo que decirte que me sorprendió sobremanera. Y no por sus efectos musicales, cromatismo, adornos, animación, arte y degustación. Que tú nunca necesitaste de genialidades virtuales para hacerte presente. Ni hortero, ni freak, bonachón, emo, espiritualero, distante y clonizado fue tu regalo de Navidad. Nada de jamones, botellas de cava, esoterismos, calendarios ni bufandas. Y bastó sólo destaparlo para saber que era tuyo. Como siempre: atrevido, personal, directo, insinuante.

Hay quienes se vanaglorian de sus amigos. Y presumen de tener en su lista de favoritos al gerente de una multinacional de renombre, al más elocuente diputado del partido de la oposición, al empresario del año, a Bil Gates, o al mísmísmo rey Baltasar. Pues bien, mi querido amigo, mi mayor orgullo es tenerte el primero en la lista de mis enemigos.

La importancia de una persona no viene dada por sus amistades con la flor y nata de la sociedad, la banca o la dinastía napoleónica. Nuestro prestigio depende de la calaña de nuestro adversario. Cuanto más incisiva es su celonía contra nosotros, más alto será nuestro escalafón en la escalera de estimación social. Por ejemplo, mi anónimo vecino es una persona equlibrada, jamás ha tenido un juicio de faltas. Nadie de la tribu, ningún pastún fundamentalista tiene nada en su contra. Es tan bueno que nadie sabe su nombre, tampoco nadie le pidió jamás su opinión. Muéstrame el bárbaro y abultado cúrriculum de tu adversario y te diré cual es tu puesto en el baremo de celebridades.

La mejor idea, la más recurrente, la más acertada no está en la boca de quien más nos aprecia, sino en la bilis del que más certeramente nos hiere. !Que hizo falta que Marco Aurelio y Cleopatra se odiaran a muerte para enamorarse eternamente!

Y por último, para desvelar el grado de tu maldad, tu inquina, sólo me resta decir quien soy y el sugerente objeto de tu dadivosidad intencionada.

Me llamo Consumix Hamid. Vivo en un lugar apartado de Afganistán donde aún no tenemos luz eléctrica. Y tu regalo en cuestión: una Moulinex, la primera batidora de varilla con cuatro cuchillas capaz de picar carne, triturar el más duro pedernal de nuestro suelo, o convertir en picadillo el fuego de nuestro corazón milenario.

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