"Me llamo Mari-Angustias, pero me dicen Márian. Realmente a mí me gustaría que me llamaran Angustias. Pero ya sabes, los demás a veces con la intención de agradarnos se refieren a nosotros con la palabra más rabiosa".
"Te llamaré como quieres, como de verdad te gusta que te llamen: María de las Angustias."
"No, por favor, tú también debes llamarme Márian. Es más fácil y halagador decir que la luna es el hermoso rostro de una novia enamorada, que decir que soy un barco a la deriva en plena tormenta con su vela desgajada".
"Pero es que deberíamos llamar a las cosas por su nombre y no camuflar su identidad con mentiras apetecibles. El dolor siempre se llamará pena, aunque pinte su cara de alegre amapola. Mi marido, para cualquier cosa, siempre me llama “cariño”, hasta para recriminarme furioso que jamás me sale el arroz caldoso como lo hacía su madre."
"Tal vez lleves razón. Estoy cansada de que me traten de forma esquinada, errónea. Hasta que no consiga llamarme, (y que me llamen) lo que realmente soy, nunca me sentiré aludida. Y es que mi nombre, aunque transpire y llore amargura, tiene en sí un valor ontológico sin el cual no existo."