jueves, 18 de diciembre de 2008

Chinarro triturado



"Cualquier atribución del ablandamiento a la edad
es una cuestión de generosidad por parte de los demás
que un cambio en nosotros."
Charles Frazier. Trece lunas


La vida es un ir por donde no quieres. Y te llevan por riscos y derroteros, sembrados de pastizales que son agraces. Y comes chinarro triturado, papillas abatidas de crestas de venado, asaduras de recuerdos en vinagre. Y luego te dicen que te obsequiaron con el mejor postre de la casa, la estancia más soleada; y dormiste en la pajera y al raso, en el cuarto de la soledad y el celibato.

Y lo malo de la anécdota, este incidente que es la vida, es que su historia es cierta, o al menos yo así la siento.

Existe una edad crecida en la que dicen que los viejos son más benevolentes, indulgentes y maduros, capaces de vivir en carne ajena, calzar sandalias del otro, bondadosos con los nietos, ante el caer de la tarde quietos.

Y no es verdad. Es que los años agusanan nuestra fuerza. Y si de imponer nuestro imperio se tratara, no resultaría porque somos postergados, o en nosotros ya no quedan energías, tan sólo arrugas y achaques.

Y somos igual de vanidosos que cuando jóvenes subíamos las escaleras de tres en tres y aún así nos quedaban agallas para subirnos a lo más alto del palo del gallinero. Con la diferencia que si ahora no nos rebelamos es porque somos más sensibles al ridículo, al fracaso. Pero como antaño nuestra arrogancia y orgullo siguen igual de intactos. Cristal de arena somos, engreídos de por vida, y no aprendemos, que para ser hay que ser sin ser notado.