
Siempre me cautivó el mar. El agua, el mejor bálsamo en los momentos duros. ¡Mar, amor y muerte se parecen tanto!
Nunca me hubiera imaginado que al otro lado de la muerte hubiera tanta agua. Mi cuerpo es ahora un barco misteriosamente desaparecido en medio del océano.
Un presentimiento. Madre le ha dicho esta tarde a mi padre de ir a la playa. Madre se sienta junto al espigón, en la misma roca que yo estuve llorando la pérdida de aquel amor, el de aquella chica, Selene, de la que me enamoré perdidamente. Y vi su imagen, la luna desnuda recostada en las olas de espuma y plata. No lo dudé y me tiré de cabeza para fundirme y desaparecer en su hipnótico resplandor.
Las lágrimas de mi madre se alimentan ahora de la sal del agua y mi llanto y el suyo confluyen en la misma ola, un largo abrazo de amor que se desliza perdido en el horizonte del infinito de la tarde.
En su delirio mi madre toca el agua con su mano y de pronto siente un escalofrío por todo su cuerpo, siente en el mismo tacto del agua mi propio cuerpo humedecido. Y yo estremecido por su caricia no lloro mi muerte ni su pena, sino esta abulia líquida que me confunde con ella.