jueves, 27 de noviembre de 2008

La llamada del farol



Llevo un tiempo con avisos de ultratumba. No descansaré hasta encontrar el por qué de tan extraña llamada. Me desvivo en averiguar su procedencia; y por más que me devano el seso, no consigo desvelar su mensaje.

Y llego a la conclusión, tras descartar que ninguna causa natural puede ser su agente, que la señal que recibo proviene del más allá. La señal es luminosa, lo mismo que insistente, misteriosa y agobiada.

En la entrada de la huerta puse un farolillo de colores para que desde el atardecer alumbrara a cualquiera que asilo buscara por los pagos de mi casa. Pasada la media noche, después de mis abluciones tengo por costumbre apagar el farol. Y a eso de las cuatro de la mañana, cuando mi vejiga me pide ser aliviada, me encuentro siempre con su luz encencida. Vuelvo a pagar el farol. Y si mil veces me levantara de nuevo veo el fanal prendido que quiere decirme no sé que cosa.

Y a esta mano invisible, que con tanta cabezonería se manifiesta en los rayos de esta bombilla que se resiste en ser apagada, le suplico que me diga si es un alma en pena que solicita de mis cuitas, de mis rezos y velas para amainar su desarraigada amargura. Y la increpo en nombre de lo más sagrado:
“¿Qué quieres decirme? ¿Qué es lo que pretendes encaramada ahí dentro de tu incombustible resistencia eléctrica? Hazme llegar tu deseo y al momento te desato de tu purgatorio en llamas.”
Y hoy por fin se acabaron mis desvelos. Incógnita, misterio resuelto, esfumóse el prodigio: junto al interruptor de la luz descubro unas pisadas de gato. Un felino que al subir al poyete por donde se entra en mi casa apoya sus patas en la llave del farol y consigue así poner en marcha el automatismo de la bombilla intrigante. Pero lo que nunca sabré es quien autorizó a este a este gato merodear por los entresijos de mi mente.