
Tardamos dos años en aprender hablar y una vida entera no basta para saber callar. La palabra es flor de un día. De ahí el cuidado que deberíamos tener con lo que decimos. El silencio es más difícil de aprender que el habla.
Se le fue la boca. Luego ya no valieron el arrepentimiento, tampoco el perdón, y mucho menos la culpa. De saber el alcance mortífero de sus palabras, antes mil veces su preceptor se hubiese cortado la lengua. Pero las palabras como la corriente del río una vez que pasan el azud de Ojós o la Garganta del Diablo ya no pueden volver atrás.
Pues quien mató a aquel niño que luego vivió toda su vida arrastrado como carterista profesional fue su profesor cuando en clase le llamó “ladrón”, simplemente porque cogió equivocado un libro que no era suyo.
Hoy el viejo maestro visita la cárcel para dar ánimos a su antiguo alumno; pero las palabras dichas en su día no tienen billete de vuelta.