
De tanto Flora María amanecer todas las noches se confunde con la negrura. Pero Flora hoy se levanta y se para, se abandona y cambia de estrategia.
El sol de la madrugada desenmaraña las ojeras de los barrotes de la ventana y atraviesa sin romper el tejido iluminado de la araña que allí anida. Flora se despatarraga en la cama y deja que el gas del polvo dorado pinte, inunde de caricias la flor de su piel quemada.
Flora María no dice, no piensa nada. Se olvida de sus quehaceres. Deja que sea su sentimiento el que sienta; y que se calle de una vez la lógica de su cerebro cumplidor, de sus perdones obligados. ¡Abajo la responsabilidad! y manda a la culpa de su inducida conciencia a tomar viento fresco. Y se queda sediciosa en su lecho dulcemente acostada y perezosa.
“¡Que se vaya todo a hacer puñetas!”Flora María necesita hacer el sexo con quien sea para descorchar el llanto que por dentro la comprime, cucaracha aplastada por su mala suerte. Y tiene hombre, pero no le pone, no la llena. Y esa es otra, además de ser pobre y desgraciada.
Y de pronto siente como su estómago se ensancha como una bahía en calma. El tendón de sus huesos constreñidos se destensa. Sus brazos, sus manos, sus piernas se retuercen. Y poco a poco un placer la penetra, la invade. Flora María en canal se abre. Por el conducto de su columna suben y tiemblan estrellas de colores y los dátiles maduros de la palmera del parque escurren su sabroso pringe sobre sus labios brillosos. Su ombligo es mar y arrecife donde van a parar los ríos de agua dulce. Sus caderas, asiento del nogal y del pino. Un desierto resplandeciente el vientre y su vértice fértil. Y sus pezones son dos cráteres erizados de un Etna en erupción, en erección cósmica.
Esta mañana Flora María hace el amor, contacto carnal y divino, con todo lo que sus ojos tocan, con el azul del cielo, el gris de la tierra, con todo lo que sus dedos ven y sus sueños sueñan.