
¿Cómo puedes echar de menos, añorar los amores de tu ayer efímero, después de comprobar que aquello que adoraste hoy no es nada, tan sólo cenizas de tu memoria minada? Aquel Dios que disfrutaste no fue real; pero tus labios de su miel divina ¡bien se relamieron y extasiaron!
Puede que fuera mentira su esencia, un espejismo de tu ilimitada presunción enamorada. Pero para ti aquel Dios raptado cual las hijas de Leucipo fue tu verdad eterna y si acaso no fuera cierta su existencia, sí lo fue el sentimiento y el amor que por él viviste.
Si me dieran a escoger entre los dos momentos, aquel de mi falacia y engañosa infancia y juventud devota, y este convencimiento de hoy de que más allá no hay nada, no sabría a que atenerme. Si me quedo con este que me invade ahora, la tristeza de un agnóstico varado en la inseguridad de su certeza se apodera de mi razón adulta. Y si elijo aquel de mis años felices y creyentes, una fuerte confianza y asidero, fatua tranquilidad sin quebraderos me inundara el alma.
Y me viene a la cabeza el gesto incomprendido de aquel hombre que prefirió seguir estando ciego pues así sus ojos ya no lloraban, que tener que ver con su mirada cristalina este manantial de lágrimas inmundas.