jueves, 16 de octubre de 2008

La voz del desierto


Me preguntaste a bocajarro y sin venir a cuento:
“¿Tu crees en Dios?”
Y me puse como una fiera. Cerré los puños. Arrugué los ojos y un rojo acalorado surcó mi erizada frente. Y te dije:
“Este tipo de preguntas no se hacen, carecen de formulación precisa, no tienen consistencia, y si es que tal absolutismo tuviera valor alguno ¿que importancia tendría mi respuesta?”
Me volví, te di la espalda, no sin antes dejar claro que consideraba tu interrogante como una invasión a mi intimidad herida.

Luego ya en mi casa, más calmado, me arrepentí de haber sido brusco y despiadado contigo en lugar de agradecer que me escogieras para hacerme pregunta de tan subido alcance. Y fui yo entonces el que me pregunté en la soledad de mis dudas por qué tanta perturbación tu cuestión acerca de mis creencias.

Contestar a este tipo de preguntas comporta siempre un compromiso del que me siento incapaz de afrontar, tanto desde el ángulo de la fe, como desde el punto de vista de la ciencia.

Hay quienes se sulfuran porque le mientan a la madre que los parió, y a mi me crispa que me pregunten por Dios. !Que yo no soy su profeta!