jueves, 10 de julio de 2008
La muerte del abuelo
La cabeza se le dobla para atrás como el otro día cuando se espantaron las mulas. El cantero iba de piedras hasta los topes. Y en la rampa del camino se le reculó la carga. Y las varas del carro, por lo suyo paralelas al suelo, se dispararon hacia arriba como dos pararrayos apuntando al cielo. La niña acompaña al abuelo que poda las cuatro cepas que tiene junto a la vereda del majuelo.
Tal es el peso que siente ahora mismo en sus sienes que el cuello se le vuelve del revés. La curva de su garganta es una navaja en punta. Y recuerda la niña del otro día las cabezas del Guernica del cuadro que hay en la escuela. Las mulas quedan colgadas de sus correajes coceando al aire su infortunio alocado. Los adoquines tirados en medio de la carretera. Menos mal que el abuelo le echa una mano al arriero. Nivelaron el carro. Acomodaron la carga. Y la caballería, luego ya más sosegada, pudo aterrizar en el suelo.
Hoy tiene la niña la cerviz doblada. Su abuelo se fríe metido en una caja a cuarenta grados en la puerta de una iglesia. Y escucha las trompetas de la marcha fúnebre de Chopín. Sus oídos son guijarros amotinados. Rechinan. Y el estallido lúgubre desde la base del inocente cerebro invade como la carga del cantero las meninges de la niña. Chirridos relampagueantes, metal brillante de unos músicos pagados por el Ocaso, se desparraman solidarios como bombas de racimos por las entrañas de una nieta que llora a su abuelo muerto.
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Un texto hermoso y triste, me emocionó.
ResponderEliminarYa me había imaginado que eras vos que habías pasado por mi blog. Muchas gracias, no conozco otro Blao. Un besote. Magda