Letrado amante

Aquel muchacho era una sabandija, o tal vez tuviera el morbo alocado. No hacía ni media hora que se había despedido de su novia.

Estaban los dos apretaditos en el banco del parque. Y el joven de pronto se levanta como bala disparada, se deshace de la joven que no se explica su marcha repentina.

El joven ahora en su casa, alejado del instante, separado de la realidad percibe en diferido el momento suspendido de su clímax amoroso. Sólo a través de la escritura puede vivir lo que sintió en el jardín. Por eso de inmediato se dispone a escribir una carta y le cuenta a la joven los motivos de su estampida:

“No quiero que dudes de mi. Lo que siento por ti, querida, es lo mejor que me ha pasado. He tenido que dejarte porque sólo a través de las letras escritas puedo consumar mi amor contigo. Y esta es mi locura que sólo el placer me viene al transcribir en las letras lo que siento. Cuando por ejemplo trazo la “uve”, paso mi pluma deslumbrada por el vértice sagrado del pórtico de tu gloria. Las “ces” son tus orejas, dos nidos de mariposas, las “bes” son tu pelo, rizo suave que a su tacto me abro en canal por tus huesos. Y al escribir la “ge” escucho tu murmullo de placer transido. El punto es pausa, el trampolín que de nuevo me lanza al mar de tu piel azulada. La jota, reja clavada en la tierra humedecida de tu florido valle...“

Y así el muchacho desparrama su amor por la muchacha en todas y cada una de las letras del abecedario que en el papel su mano extasiada refleja. Y es entonces cuando de verdad su carne se crece en medio de un charco de burbujas de esperma.

Luego al día siguiente la novia le comunica con esta esquela su ruptura inapelable:

“Amigo letrado, andas con el seso y con el sexo trastocado y a destiempo. Lo que yo necesito es un hombre que me quiera en vivo y en directo. Deberías casarte con el manual de la Gramática de Nebrija.”