viernes, 25 de abril de 2008
Trasplante
Las ocho menos algo. La carretera tiene dos pares de carriles, cuatro lenguas de lagarto que no dan abasto al ingente automatismo humano, bocas de dientes chirriados, ensordecidos por las luces traseras de monóxido y penitencia que en procesión matinal se dirigen al trabajo.
Joaquín no trabaja, ya está jubilado. Por eso ahora en lugar de ir a la fábrica, la ambulancia lo lleva a "diálisis". Allí se enjuaga la sangre que le quedó ennegrecida durante más de cuarenta años como peón cualificado en la planta de residuos de “Explosivos Río Amargo”. Para no aburrirse Joaquín siempre se lleva algo para leer. Hoy no se ha traído el “Corazón helado” de Almudena Grandes que tiene a medio. Es un libro muy gordo y a Joaquín, un obrero jubilado, le da vergüenza presumir de progre. A través de sus auriculares hay días que durante la sesión de enjuague y aclareo de su fluido vital se zampa entero el “Carrusel politiquero de la Cadena Cope”.
Hoy las pilas de la radio se han gastado. Por eso Joaquín durante las cuatro horas que dura la criba de su mala sangre se entretiene en poner palabras a las cosas que le vienen a la cabeza. Y deja que sean las palabras las que hagan el resto, que piensen ellas. Joaquín está ya muy aburrido de pensarse. El cree que de tanto carburar y darle vueltas al coco por eso los glóbulos rojos se le quemaron.
Pero las palabras también están cansadas. Y la única cosa que a Joaquín le viene ahora a la cabeza es la palabra “trasplante”, un sustantivo vulnerable, muy tímido y avergonzado que se solivianta nada más mentarlo. Las palabras como a las mariposas no hay que asustarlas, sino mimarlas porque al más pequeño revuelo se te escapan.
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