lunes, 28 de abril de 2008

Don Ficticio de Mendacio



Paraninfo de la Universidad Católica Abderramán III. Ocho de la tarde. Tras la mesa presidencial luce fluorescente una diapositiva con el rótulo: “Ritos y Mitos”.

Don Ficticio de Mendacio acaba de iniciar la conferencia. Clara llega tarde. El dulce taconeo de la muchacha interrumpe al catedrático de Filosofía. Sus palabras son ensordecidas por la prestancia de Clara, ajena al murmullo embelesado de la sala. El conferenciante suspende la disertación por cortesía, más que como réplica a tan veleidosa y oportuna interrupción femenina. Sentada ya Clara en su butaca el emérito reanuda su discurso:
“El mito es la prueba más contundente de que la mentira es parte esencial de nuestra estructura interna. Siendo el mito un invento sin consistencia física es la piedra angular de las diversas civilizaciones que a lo largo de la historia han sido. Sin la creencia en la mentira del Olimpo Perséfone, la primavera y sus frutos aún andarían enterrados en los abismos yermos del Hades. El sol alumbra cada día la tierra incierta gracias a Osiris, a Iahvé, y a los demás dioses que aún mantienen viva la fe de los humanos en la fertilidad, la industria y la generación de las especies a través de fiestas y ritos. El fuego de la verdad prometeica resplandece gracias al oxígeno de la mentira….”
Don Ficiticio blande su verbo firme ante su auditorio. El doctor acostumbra a fijar sus ojos en la cara de un asistente que se encuentre justo a siete metros y medio de la bisectriz de su ángulo de mira. Un truco adquirido para combatir su inseguridad. Precisamente esta tarde su blanco, el soporte de la fragilidad de sus palabras son los ojos encandilados de Clara.

Hay quienes cuando hablan en público se balancean como péndulo de reloj de pared. Meceos evocados de una madre que prestan confianza al orador aturdido. Hoy la cuna donde se mece don Ficticio de Mendacio es el azul de los ojos de Clara. La muchacha como mosquito atrapado por la llama de la alocución del catedrático no pestañea durante la hora y cuarto que dura la conferencia.

Al terminar la charla don Ficticio de Mendacio se dirige a la señorita Clara:
“¿Qué tal le pareció?”
La muchacha se lleva los índices de sus manos a las orejas y le muestra al conferenciante sus dos prótesis auditivas. Y le responde:
“Como comprenderá, doctor, no vine a escuchar sus palabras, vine más bien a comprobar que su cuerpo no es mentira, y esta tarde he sentido el temor de su palabra en el color nebuloso de su mirada.”

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