Encendió la tele. Con los ojos cerrados absorbió tu imagen, se bebió tu cuerpo. Y tras saberte: el desencanto. No se creía lo que dijiste:
“Maria..., te quiero”.Con las mismas tijeras del pescado recortó cada una de tus palabras. Y de la pantalla sangraron cuatro lágrimas. Encima de la mesilla tu sentimiento descuartizado se mezcló con su desazón, un borrón de "desesperanza" atónita en un charco analfabeto y de confusiones lleno, des"arreguido" de escamas.
Ignoró lo que le decías. Destrozó tu sintaxis, la semántica de tu razonamiento desbocado. Sujeto, verbo y predicado estaban equivocados. Errores de puntuación y concordancia. ¿Tal vez de género? Y en desorden tiró al aire tus palabras recortadas, sus amores no correspondidos, su corazón despechado y de identidades falto.
Una vez y otra vez volvió a tirar a boleo tu incomprensibilidad, perífrasis atormentada, hasta que por fin los elementos de tu oración en el interior de su gramática parda formaron la construcción perfecta:
“Mariano, te quiero”.
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