martes, 1 de abril de 2008

Vieja acequia soterrada


Estás sentada en un banco de rejillas justo encima de la vieja acequia de la antigua calle de la fábrica de conservas. La acequia hace tiempo que fue entubada y sobre su soterrado cauce el ayuntamiento ha construido un pequeño paseo sorteado de fúnebres farolas rodeadas de cagadas de perro.

Lo que antiguamente fuera el cogollo de una chiquillería juguetona que en verano zambullíais la comezón del instinto de vuestros amores tempranos bajo el brillo de las buganvillas del agua, hoy los vecinos llaman “Paseo del Colesterol”.

Y en esta ironía que trueca flores por triglicéridos te sumerges esta mañana en la que el cruel recuerdo pasa factura a un ayer cargado de nostalgias. Tu niña de antes es la anciana doblada que toma el sol bajo el mismo árbol en el que tu madre despellejaba una liebre los domingos.

Y en este cómputo de añoranzas a medio hacer te dejas llevar por el agujero del viento. El soplo oscuro del transcurrir del agua retumba invisible por una acequia. Y escuchas el eco sepultado de un poema de Mario Benedetti:
“ayer pasó el pasado por el puente
y se llevó tu libertad cautiva
cambiando su silencio en carne viva
por tus leves alarmas de inocente”
No puedes detener la ventolera, ni cambiar la dirección del viento. Tanto el ayer como el hoy son irreductibles. Te sobrevivirá la primavera. ¡Maldita sea!

Zurren los toldos del edificio de enfrente. Vuela tu pañuelo hacia lo que fue aquel molino de fantasmas y de miedos. Apoyada en tus caderas de tijeras te levantas como puedes contra la corriente del vendaval y te refugias en el zaguán de tu casa, justo enfrente de la vieja acequia sumergida.