jueves, 3 de abril de 2008
En una plaza cualquiera
En el centro de la plaza un banco de cemento rodea el viejo olivo. Sentados a la sombra del árbol una docena de jubilados se cuentan tranquilamente sus cosas. Sonríen. Uno de ellos, el de la gorra de paño, saluda atentamente a una señora que tras el carro de la compra pasa por delante de ellos. Aquel, el de la orilla, posa ahora su inquieta mirada en las caderas en movimiento de la mujer que peina relucientes mechas de henna. A todos se les ve contentos, incluso al más viejo de todos, al del garrote callado.
El sol de un abril templado abrillanta la cara de estos hombres recién afeitados. Parecen delfines saliendo del agua. El más saltarín de todos, el de los ojos inquietos, gasta suaves bromas pugilísticas al de la gorra de paño. En este momento se une al grupo otro hombre que aletea en su mano un boleto de la once.
La mañana es apacible. Hace un día como para que ocurra algo extraordinario. Pero no pasa nada. O lo que es lo mismo sucede lo más grande: no pasa nada. Todo sigue su curso normal.
Y he aquí lo importante: la grandeza de un día cualquiera en la plaza de un viejo barrio en la que el sol juega a la suerte con estos hombres buenos del pueblo.
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