martes, 15 de abril de 2008

Delgado como un espárrago



Aparco dos calles más abajo en el único sitio que encuentro libre tras dar varias vueltas a la manzana. Al salir del "porsche" un hombre delgado como un espárrago y con la visera de su gorra azul hacia su cogote escoriado me extiende la mano delante de mis narices alérgicas a la carroña. Entiendo. Y sin mirarle a la cara le doy la calderilla que llevo suelta.

Ventosa está la mañana. Revuelta anda como el marro de los niños. Es la hora del recreo. Y el maestro no quiere que los alumnos jueguen al balón. Para eso está la clase de gimnasia. Mientras un grupo de "octavobe" escondidos en los retretes se fuman un porro a medias. Otros andan detrás de una botella de plástico arrugada dando patadas como locos.

El sol socarra desde el espejo azul del cielo el jazminero de la valla. A la entrada, la sequedad mugrienta de un conserje malhumorado me dispara un “¡no es hora de tutorías!” Le digo que me citó el director. Y me abre a regañadientes la puerta, tan sólo un ángulo de veinte grados, no vaya a ser que se le escape el suspiro de un niño.

Muy amable don Juan de Calasanz que así se llama el director (de galgo le viene al emérito el don de la docencia) me dice que el consejo escolar ha decidido expulsar una semana a mi hijo del colegio por pinchar con una navaja todos los balones del centro.

No hay más que hablar. El cuarto de hora de la entrevista se me hace eterno. Tan largo que han pasado quince años. Me dirijo de nuevo a recoger el todoterreno que me dejé dos calles más abajo. Y ahora sí; le miro la cara al espárrago del guardacoches que se saca mendigando como puede unas perrillas para la farlopa de su crucero de ensueño. Confundido, muy confundido lo vuelvo a mirar. Y sólo acierto a decirle:
“¡Hijo, pero si eres tú! ¿Qué haces aquí metido en esta basura?”

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