miércoles, 16 de abril de 2008

Gorrión desvelado



La noche cubre sus ojos con anteojeras de esparto. Son mis ojos la noche, dos capazos vacíos llenos de sombras. Noche desnuda. Y la bruma helada que viene del norte espanta las estrellas. La luna me da la espalda y no deja que las luciérnagas de mis alas inquietas se columpien, se relajen, duerman en los juncos del agua. Y mi mirada oxidada, vestida de negro, herida queda entre los pinchos de la buganvilla roja de rabia.

Los ojos de un gato atraviesan la negrura del parral. Ando asustado. Todos los volátiles descansan desde el anochecer, son alérgicos al fuego helado de las tinieblas. Una excepción: tras el adiós de la tarde la locura de la noche sacude de ortigas la piel de un pájaro insomne. Estoy encerrado en el cajón lóbrego de una guitarra muda.

Mi cuerpo huele a purines, la humedad, el sudor del miedo. No puedo dormir. Un gorrión desvelado no puede soñar con el trigo del mañana. De noche todos los árboles tienen las manos escondidas bajo un manto oscuro, la soledad cantada, tapan su pie de arena, sus dedos de hierba, la frente acodada. Salto emborronado a un pino sin ramas. Caigo al suelo y me desnuco el pico contra los cristales de la escarcha. Pierdo el conocimiento.

Una vez muerto alguien que lea esta nota, tal vez mañana, a mí me resucite el vuelo.

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