A medio camino entre Madrid y Cartagena paro en un restaurante.
Sentado junto a la barra espero a que el camarero me ponga un bocadillo de calamares y una jarra de cerveza. Son las dos de la tarde. Por la puerta un aluvión de turistas inunda el salón. Unos se dirigen deprisa a los servicios. Otros curiosean en el mostrador de suvenires. Estos se adelantan para que aquellos no le quiten la mesa.
Hasta aquí todo normal. Después de tres horas al volante del camión sin despegar los ojos de la carretera me entretengo, contemplo a la gente. Los que por nuestra profesión nos pasamos casi todo el día solos, hablamos por los ojos.
Y es aquí donde empieza el lío. Miro a unos y a otros y en todos descubro un parecido. Un rasgo, un algo idéntico, un común denominador que los envuelve por igual. Todos me traen a la memoria un rostro familiar. Intento recordar de quien se trata, pero no caigo.
Hacer los calamares a la plancha lleva su tiempo. Mientras, me bebo una caña. Y de nuevo mis ojos se pasean por el recinto del bar. Ahora se entretienen en el lotero que vende cupones a un par de albañiles que vienen a comer. El hombre de la lotería y los albañiles tienen la misma caída de cejas, y la misma sonrisa que el resto de los comensales. De este parecido tampoco se libra la muchacha que ahora me interrumpe para pedirme fuego. Yo sigo sin saber a qué me saben sus caras.
De todas las personas que llenan el salón mis ojos se ceban sobre todo en el hombre de la lotería. Lo miro a través de los cristales de la vitrina de los dulces. Veo su destreza en devolver la calderilla. Me fijo en sus manos. Me detengo en el corte de sus uñas, observo la yema de su pulgar achatado, los nudillos abultados, los tendones que se abren en abanico. Sus dedos son los míos.
“¡Uno de calamares, marchando!”El lotero que ya no lleva la ristra de décimos colgada en su pechera es el que ahora se come mi bocadillo de calamares.
Me quejo al camarero:
“Fui yo el que pedí primero ese bocadillo de calamares”.Y el mozo del bar se justifica:
“Puede, señor. Pero a veces uno se embelesa con tanto detenimiento en una cosa que de mucho mirarla se confunde con ella. Yo mismo le miro a usted ahora ¿y qué es lo que veo? Un camionero que sin embargo soy yo”.
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