Para no reconocerse a sí mismo todas las mañana se inventaba una historia.
Si se veía una cana nueva en el bigote, el escritor se sacaba de la manga un hilo blanco y con él tejía un cuento, un caminito de plata por el que caminaba un viejo de nevada barba hacia los acantilados del mar.
El escritor cogió las pinzas y se arrancó aquella cana. Y al instante el anónimo viejo del cuento antes de llegar a la orilla de la playa cayó muerto por una mano invisible.
Quiso el escritor sin éxito vestirse de ajeno para ocultar su suicidio.
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